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El gigoló español

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Hay en este país sesudos analistas que se encargan de reflexionar sobre las razones profundas que motivan los grandes acontecimientos en el orden político, social y económico. A ellos compete indagar en las motivaciones intelectuales de las decisiones importantes, los recortes de servicios públicos esenciales y de derechos de la ciudadanía adoptadas por el Gobierno español. Lejos de ser uno de esos expertos, me dejo llevar por los análisis más callejeros, los que no se elaboran en la atmósfera grave y pensativa del gabinete de estudios, sino los que se urden en el ámbito plural y apasionado de la peluquería, que gracias a no parecer inteligentes, es muy probable que resulten sensatos. ¿Y de qué se habla en la peluquería? ¿De sexo y meditación? ¿moda de primavera? ¿alisado japonés?… De algo muy sencillo: el presidente español se ha dejado llevar por la intuición de que al pueblo llano hay que facilitarle emociones que le hagan el mismo efecto que el alcohol sin perjudicarle necesariamente al hígado. Arropado por el efluvio fénico y santoral de un retrato de Juan Carlos I de Borbón, el presidente -casado con Elvira Fernández, mujer con fama de ser celosa de su intimidad, aficionada a los paseos, los viajes y la lectura– ha recuperado la vieja habilidad de gobernantes populistas al estilo Hugo Chávez, de excitar al pueblo llano con populistas colocones patrióticos, para cuyo objetivo servirá muy bien el control de  RTVE, y conseguirá producir en la muchachada española ese paroxismo que se obtiene con facilidad de la oratoria cuando sale demasiado caro destilarlo de la uva. A mi peluquero le parece que el presidente vive por las prisas del reloj. Por eso se pone cachondo de notoriedad y toma decisiones húmedas y voluptuosas. Es como si necesitase el tumulto casi obsceno del pueblo llano para sentirse aplaudido y deseado; como si al viciarse en la lascivia del poder hubiese descubierto que su destino histórico no es un retrato al óleo en el Congreso de los Diputados, sino una foto encaramada como un gigoló maduro en lo alto de un tonel.

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¿Qué os ha parecido? Quizá me he pasado un poco con la humedad, los instintos, la lascivia…? ¿O no? ¿Pensáis que es correcto hablar en estos términos de una persona por el hecho de no compartir sus decisiones? ¿de un presidente del gobierno?… ¿y si esa persona es una mujer?  ¿una presidenta? El columnista del periódico La Razón, José Luis Alvite, debe de pensar que sí. Debe de pensar que cuando no coincides, cuando no te gusta la decisión que toma una mujer, no es necesario razonar el porqué piensa de otra manera, ni consultar gente experta para argumentar el discurso. Para dejar claro que no está de acuerdo con una mujer, sobra con referirse a ella como una conejita de Playboy.

El texto que acabáis de leer criticando los recortes del Gobierno español y tildando a Mariano Rajoy de gigoló no es mío. Yo sólo he reproducido las palabras del artículo La conejita de Buenos Aires, publicado por Alvite el día 17 de abril de 2012 en La Razón. Eso sí, me he tomado algunas licencias, que he subrayado para que se identifiquen con facilidad. He tratado de adaptarlo a la realidad española y he cambiado a Cristina Fernández por Mariano Rajoy, a Argentina por España, Eva Perón por el rey Juan Carlos y, como veréis, poco más (la negrita de las frases del úlitmo párrafo tambien son mías). Mi intención con este «análisis» es criticar el artículo de Alvite y, por supuesto, invitar a la reflexión sobre el sexismo en los medios, en la política, en la vida. Si tenéis estómago, podéis leer a continuación la versión original pinchando aquí. Es un perfecto manual de cómo no se deben hacer las cosas.

Teresa García Espejo
Periodista, integrante de la RIMPYC-Red Madrid
@teresaKagnon