Sexismo y lenguaje: Palabras que crean realidades

Las personas existimos en las palabras, es a través de ellas que nos representamos y nos representan. Lamentablemente, vivimos en una sociedad patriarcal que lleva siglos encargándose de que exista una desigualdad entre hombres y mujeres, donde unos gozan de privilegios y otras son discriminadas. Por ello, no sorprende que existan más adjetivos para descalificar y humillar a mujeres que a hombres. Esto sucede también en otros idiomas, pero hay lenguas donde es más notorio que en otros.

En el caso del castellano, existe una entidad que se encarga de regular la creación y el uso de las palabras, son quienes aprueban, modifican y validan el uso del idioma. Hace unos cuantos años hubo un caso llamativo cuando se hizo un análisis del diccionario y se cuestionó la tercera acepción que le había dado la RAE a la palabra gozar: “conocer carnalmente a una mujer”. Cuando una escucha eso, se plantea, ¿quién ha escrito esa definición? ¿Hombres o mujeres? ¿Heterosexuales u homosexuales?… Se sabe que por siglos, le fue negado a las mujeres el derecho a ser parte de esa entidad.

Si eso sucede con un verbo, ¿qué pasa con los cargos profesionales o laborales? La situación ha sido la misma. Según la RAE los hombres representan el todo, pueden ser el ser humano, o pueden representar a un pueblo, cuando en lugar de decir “la gente de Afganistán” o “el pueblo afgano” se opta por decir los afganos, o cuando a nivel profesional se dice abogado o arquitecto a pesar de que sea una mujer quien ejerza el cargo. De hecho, la RAE ha aceptado el femenino en algunos cargos, pero se niega a respetar sus reglas, así nos encontramos que en el ejemplo de la definición arquitecto/a dice “Laura es arquitecto”. Parece como si les costara aceptar la feminización del trabajo, como si ese puesto no le pudiera corresponder a una mujer.

Mucha gente que está acostumbrada al uso del masculino genérico se pregunta por qué ese empeño en cambiar el lenguaje. Yo les recomiendo hacer un experimento muy sencillo. Vayan a un colegio, de preferencia en los primeros años, y digan que “el niño que acabe antes los ejercicios puede irse a jugar”. Descubriréis que hay algunas niñas que tienen la duda de si ese mensaje ha ido para ellas, quizá haya alguna osada que lo pregunte solo para tenerlo claro, pero otras muchas estarán con la duda. Esa duda es la que se instala en el cuerpo de las mujeres cuando se permite el masculino genérico porque no queda claro si cuentan con las mujeres o no.

No nombrar afecta gravemente a las mujeres, porque las invisibiliza, les niega el derecho a decir lo que son, lo que hacen, lo que quieren, les niega la posibilidad de que sus acciones sean reconocidas en la sociedad. Pero no solo eso, sino que con esa invisibilidad se les manda un mensaje peligroso, de que no hagan nada, que no se esfuercen porque en la historia no ha habido mujeres que lo hayan hecho. Lo cual es rotundamente falso.

Algunas personas cuando toman consciencia de la importancia del nombrar creen que con poner la “a” el problema está solucionado. Sin embargo, eliminar el lenguaje sexista es más que eso. Otro error común es pensar que el lenguaje no sexista duplica las palabras, cuando decir ‘madres’ y ‘padres’ no es duplicar, es nombrar exactamente a quienes participan de la acción. Decir padres en general cuando también hay madres presentes, es mutilar la realidad, es no decir la verdad.

Afortunadamente en los últimos años se han ido elaborando decálogos y manuales que dan herramientas para empezar a incorporar esa perspectiva de género en el lenguaje, el último fue publicado el pasado diciembre de 2011 por CGT con el nombre el Manual de lenguaje integrador no sexista; justo tres meses después de que se publicara el manual de ‘Género y medios de comunicación. Herramientas para visibilizar las aportaciones de las mujeres’, por el Institut Català de les Dones (ICD), el Consell de l’Audiovisual de Catalunya (CAC) y el Colegio de Periodistas de Catalunya.

En estos manuales y decálogos se pueden encontrar herramientas para nombrar adecuadamente (utilizar los neutros, los genéricos colectivos, los abstractos en lugar del masculino genérico);  recomendaciones para evitar la homogenización de las mujeres o para reducir la utilización de nombres de pila cuando se refieren a mujeres con poder (Francia se acaba de convertir en un buen ejemplo al  suprimir la palabra mademoiselle de los documentos administrativos), hasta romper con los roles de género ( por ejemplo mostrando a mujeres activas y a hombres haciendo labores de cuidados que también ayudan al sostenimiento de la sociedad).

También se ha creado un software para detectar lenguaje sexista llamado La lupa violeta. Asimismo existen  decálogos especializados en la violencia de género, porque es un tema sensible que ha pasado de ser considerado en los medios como crimen pasional a violencia de género –aunque la RAE sigue sin reconocer el término-, aunque a veces la forma de presentar las noticias no se realiza de forma rigurosa debido a que existe una mirada androcentrismo que dificulta culpabilizar al agresor machista.

Por otro lado, han surgiendo otras fórmulas, sobre todo en comunicaciones informales, como el uso de la arroba que pone en evidencia el interés por encontrar otras formas para que hombres y mujeres existan en las palabras. Incluso, hay quienes ponen un ‘x’ en lugar de una ‘a’ o de una ‘o’ como forma de reconocer en las palabras la diversidad sexual. Todos los mecanismos son válidos para mostrar que el lenguaje dominante no nos representa.

El lenguaje y los medios de comunicación

Se suele decir que los medios de comunicación son un reflejo de la sociedad. Lo que nos llevaría  a pensar que si la sociedad es machista y patriarcal, los medios también lo son.  Según un estudio del Instituto de la Mujer en 2000, solo el 30% de las personas que aparecían en las noticias eran mujeres, cifra que disminuía terriblemente en las llamadas secciones duras. Pero esto, no solo pasa en España, pasa en todo el mundo. En el Monitoreo Global de Medios 2010, realizado en 130 países, revelaba que solamente 24% de las personas que aparecen, dan su opinión o sobre las cuales se lee en las noticias, son mujeres. Pese a ser mínimo el espacio, la  forma en la que se las represente suele ser cuestionable. Son representadas como mujeres dependientas (la hija de, la mujer de, como pasó con la presidenta Cristina Fernández, a quien por mucho tiempo se la llamó como ‘la mujer de Kirchner’ o directamente como ‘la Kirchner’), o estereotipadas (ama de casa, mujer sumisa a la que rescatar o la femme fatal). En esa mínima representación de las mujeres no hay ni rastro de todas las activistas, luchadoras, creadoras de grandes cambios en la sociedad, la política y/o la economía.

En los medios apenas se ve a activistas mujeres que estén luchando por obtener derechos, a científicas con sus descubrimientos, a economistas que proponen una economía más justa, que hacen hincapié en la economía de los cuidados, a químicas, a arquitectas que proponen otras formas de construir más amables con el medio ambiente y con espacios más igualitarios, que se alejan de la construcción del estudio para el marido o que dificultan el labor de la  cuidadora construyendo demasiadas paredes en casa. Tampoco se dice nada de las supervivientes de unos conflictos que ellas no originaron, de lo que hacen para sobrevivir en un país en guerra, de cómo se las ingenian para mantener a una familia en etapa de hambruna, de cómo se juegan las vida por mejorar las cosas en su sociedad, como es el caso de periodistas y activistas de derechos humanos.

La sociedad desconoce el trabajo que están realizando las mujeres en el mundo. Cuando las niñas ven la televisión o escuchan la radio, no escucharán nada sobre estas mujeres, nadie les dirá que ellas también pueden ser agentes activas de cambio. Si una arquitecta y un arquitecto ganan un premio, los titulares mencionan a dos arquitectos. Lo mismo pasa cuando se habla de una reunión de presidentes, donde la presidenta Angela Merkel pasa a formar parte del masculino.

Recuerdo una vez llegar a casa, poner el telediario y oír al presentador decir: “Si ha llegado a casa y su mujer no está, es porque han empezado las rebajas”. ¿Por qué el presentador da por supuesto que solo lo están mirando hombres? ¿y que todos son heterosexuales casados? ¿Por qué cree que solo las mujeres van de rebajas?

Este ejemplo pone de manifiesto la importancia de ponerse las gafas violetas, de mirar al mundo de otra forma, un mundo donde hay hombres y mujeres que tienen que ser nombrados, de la importancia de tomar consciencia de que en nuestra sociedad existe discriminación y privilegios que deben ser aniquilados. Las gafas violetas son una gran aliada para las personas que ejercen el periodismo, deberían de aprender a usarla desde la universidad o desde que ponen el primer pie en una sala de redacción. De esta forma verían que los derechos de las mujeres son derechos humanos y como tal tienen que defenderlos. Con esto nos aseguraríamos de tener unos mejores medios de comunicación. Pero si queremos tener una mejor sociedad, quizá todas las personas deberían de llevar las gafas violetas, solo así podríamos alcanzar la sociedad igualitaria que tanto deseamos.

Jeanette Mauricio Becerra, Lic. Periodismo, experta en temas de género e igualdad
Red Internacional de Mujeres Periodistas y Comunicadoras (RIMPYC-Red Madrid)

Adaptación del artículo publicado en la revista alandar nº 286 – marzo 2012

Una respuesta a “Sexismo y lenguaje: Palabras que crean realidades

  1. un texto interesante

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